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martes, 3 de noviembre de 2009

Juan Camilo Mouriño Terrazo: 1er. Aniversario.


Jose Luis Santiago Vasconcelos
Fueron días de sube y baja para José Luis Santiago Vasconcelos. Sí, estaba muy enamorado; la esperanza de rehacer su vida lo alimentaba. Pero dejar 14 años en la Procuraduría General de la República (PGR) y sentirse abandonado por el mismo Estado al que había servido en condiciones difíciles, no era tan fácil para él.


La muerte lo alcanzó hace un año en el Learjet 45 que se desplomó cerca de Los Pinos. Con él iba el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño. Los dos funcionarios, sin embargo, vivían de manera muy distinta su relación con el gobierno federal: Mouriño era pieza clave del Presidente; Vasconcelos pasaba de ser el cerebro de la estrategia contra el narco a un abandonado, sin dinero, con destino poco claro.


Su mayor temor era sufrir un atentado; temía que su cuerpo no pudiera ser identificado. El 4 de noviembre de 2008, José Luis Santiago Vasconcelos falleció al desplomarse el avión Learjet 45 en el que viajaba. No tuvo tiempo para resarcir las heridas que le dejó la traición de dos de sus colaboradores más cercanos. Tampoco el ex subprocurador logró concluir uno de sus grandes anhelos: la reforma penal judicial.


El día del accidente, amigos y colaboradores de Santiago Vasconcelos acudieron al lugar de la tragedia para buscar y resguardar el cadáver de quien entonces era secretario técnico para la aplicación de las reformas de seguridad y justicia penal.

Santiago Vasconcelos vivió sus últimos meses entre sentimientos encontrados. No logró superar su separación de la Procuraduría General de la República (PGR), institución en la que trabajó durante 14 años. También enfrentaba problemas económicos que le impedían acelerar sus planes de boda. Estar enamorado, de acuerdo con sus amigos, lo mantenía “ilusionado y feliz”.

Unos días antes de morir, personal de la PGR le informó que tenía que desalojar la casa de seguridad en la que vivía desde enero de 2008. Ahí se mudó luego de que integrantes del cártel de Sinaloa intentaron asesinarlo. El inmueble fue asignado al nuevo subprocurador Jurídico y de Asuntos Internacionales, Juan Miguel Alcántara, a quien le dejó el cargo dos meses antes. Esa mudanza lo desanimó aún más.

Por carencias económicas, el 1 de noviembre de 2008 Santiago Vasconcelos regresó a vivir a la casa donde se frustró el atentado en su contra. Sin más, dejó el hogar que durante 250 días compartió con su hijo José Ramón, su madre y un tío en etapa terminal de cáncer.

En sus últimos días de vida dormía poco, unas cuatro o cinco horas. Esas noches las pasó en un colchón inflable que le prestaron. Estaba muy decepcionado de la PGR, comentan algunos de sus amigos y colaboradores. “Aspiraba a ser procurador general de la República; no conseguirlo le generó frustración”.

Su sello en la PGR

Santiago Vasconcelos estudió Derecho en la UNAM. “Éramos un par de soñadores. Mientras íbamos en el microbús a la escuela planeábamos reformas a la justicia penal mexicana”, recuerda el jurista Carlos Daza Gómez. A un año de la pérdida de su amigo, confiesa que aún está de luto.


n 1993 ingresó a la PGR, donde “empezó desde abajo. Llegó a zar antidrogas. Arriesgó su vida por la procuración de justicia, vivió sus últimos años con poca libertad de acción, rodeado de escoltas y con amenazas de narcotraficantes”, recuerda el doctor Daza.

Fue director jurídico de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade), coordinador de asesores en la Subprocuraduría de Control de Procesos, hasta que le encomendaron la coordinación de Ministerios Públicos de la extinta Unidad Especializada contra la Delincuencia Organizada (UEDO) que, en el año 2003, se convirtió en una subprocuraduría.

La Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) fue su obra. En ella invirtió seis años. Contó con el apoyo del Ejército mexicano y de la Drug Enforcement Administration (DEA) de Estados Unidos. Tuvo a su cargo investigaciones como el llamado Maxiproceso, juicio contra miembros del cártel de Juárez, el escándalo del Pemexgate y la captura de líderes de organizaciones criminales.

La traición y el desencanto


n diciembre de 2006, Santiago Vasconcelos dejó la PGR. Su hijo José Ramón recuerda que en sus últimos días “estuvo triste por lo que consideró una traición de algunos ex colaboradores”.

Amigos y colaboradores coinciden con José Ramón. Ellos señalan a Fernando Rivera Hernández, ex director de inteligencia de la SIEDO, y a Miguel Colorado González, quien fungía como coordinador técnico de la misma área, como las personas que traicionaron a Santiago Vasconcelos. Ambos están bajo proceso judicial; se les acusa de pertenecer a una red que funcionaba al interior de la PGR y que protegía al cártel de los hermanos Beltrán Leyva.

Ana Lilia Bravo, asistente de Santiago Vasconcelos durante 11 años, dice: “A mi jefe le dolió mucho la deshonestidad de los dos ex compañeros, a quienes él les brindó toda la confianza”.

Pensaba en la muerte

El Hermanito, como le decían sus amigos, comentó a su asistente y a uno de sus escoltas que no quería morir en un atentado. “Tenía miedo de que su cuerpo quedara incompleto, y sufría al pensar que en esos casos le entregan a las familias los restos que encuentran, sin estar seguros de a quién pertenecen”.


Su estado de salud le pasó cara factura a su empeño de enfrentar a narcos. La diabetes se le declaró en 2007 y padecía una gastritis crónica que le mantenía el cajón del escritorio lleno de antiácidos.

Daza recuerda que su amigo admiró la labor del fiscal italiano Giovanni Falcone, quien en 1992 fue asesinado por la mafia: “En una cena de fin de año le regaló la película a varios fiscales y les dijo que observaran cómo ese hombre dio su vida a cambio de acabar con la delincuencia. Él también estuvo siempre dispuesto a hacerlo por México”.

Santiago Vasconcelos recibió la Condecoración de la Orden del Mérito Policial del Gobierno Español.

Ana Lilia comenta que su jefe tenía reconocimiento internacional, y que “en Estados Unidos le llegaron a decir el Falcone mexicano”.

La última cena

Edgardo Buscaglia recibió un mensaje de texto en su celular, poco antes del mediodía del 4 de noviembre de 2008. El emisario era José Luis Santiago Vasconcelos, con quien había cenado la víspera en un restaurante del DF.


En el encuentro intercambiaron impresiones sobre la reforma al sistema de seguridad y justicia penal, encomendada a Santiago Vasconcelos por el Presidente de la República.

El funcionario quería confirmar la recepción de un correo electrónico en el que discutía con un diputado federal el presupuesto que habría de enviarse a cada estado para iniciar, en los hechos, la construcción del nuevo orden judicial.

upe que estaba en San Luis Potosí. Que todo iba bien hasta entonces. Fue la última comunicación que tuve con José Luis”, dice el director del Centro de Derecho Internacional y Desarrollo Económico de la Universidad de Virginia y asesor de la ONU.

La noticia del accidente la recibió en voz de un policía francés, quien lo buscó por celular para confirmar el desplome del avión.

“Yo escribía en la computadora cuando recibí la llamada. Colgué e inmediatamente llamé al celular de José Luis. Me respondió una grabación, y entonces la preocupación se volvió enorme”, cuenta Buscaglia al otro lado de la línea, desde Alemania.

A la cena del 3 de noviembre acudieron ellos dos y una especialista en justicia penal. La cita fue en el Sushi Itto de Coyoacán y avenida México. La sobremesa se prolongó más allá de las 11 de la noche. “Fue una cena muy profesional”, recuerda Buscaglia. “Yo no tenía ninguna relación contractual con José Luis. Nuestra relación era de colegas que compartían impresiones”.

Hablaron de la reforma penal

“Fue interesantísimo escucharlo”, cuenta Buscaglia: “La colega se quedó con la boca abierta ante sus ideas. La reforma no se encaraba sólo a la certeza de la represión, sino a lo preventivo. Era una visión enorme de la sociedad y del Estado, con vistas a un futuro que permitiera acerca la justicia a las mexicanas y mexicanos de menores recursos, quienes no la tienen actualmente”.

El catedrático describe a un funcionario que habló con vehemencia, “con idealismo admirable... No veía la reforma penal a través de la caricatura de la oralidad. Eso para él era un insumo. Lo que veía José Luis era una reforma judicial para los mexicanos hecha por mexicanos, con una visión que no era nacionalista, sino realista”.

Lo dicho en aquella última cena, estaba lejos de ser un copy-paste de la reforma chilena, tal y como se hizo en Chihuahua, cuyos resultados esa noche fueron calificados como “horribles”.


Ese encuentro fue la parte final de una serie de conversaciones sobre el tema que ambos emprendieron desde que Santiago Vasconcelos era subprocurador de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada.

Buscaglia señala que “ahora la reforma está muy trabada. Hay mucho ego y poco liderazgo. Veo posiciones en pugna entre tres o cuatro personales que muy poco han contribuido a la vida de este país, y consultorcitos y consultorcitas a quienes se les sigue haciendo agua la boca por los presupuestos millonarios”.

Al término de la cena caminaron hasta la esquina de avenida México y Madrid, frente a los viveros de Coyoacán. Se despidieron con un abrazo. José Luis Santiago Vasconcelos lo enteró que volaría temprano a San Luis Potosí. Le dijo que lo buscaría a su regreso, para hablar sobre el presupuesto para la reforma.

“José Luis dejó un enorme vacío, que espero logre cubrir el secretario Gómez Mont”, expresa Buscaglia. “Ojalá que lo haga, de lo contrario se caerá en una orgía de contratos que alejarían al país de una reforma verdadera”.

La despedida

Cinco minutos antes de que el Learjet 45 se desplomara sobre las calles de Paseo de la Reforma, José Luis se comunicó con su prometida, una diplomática europea de quien hablaba con “mucho amor”, dicen sus amigos.

Fue su última comunicación. Le dijo que el avión estaba a punto de aterrizar y que pasaría por ella más tarde para asistir a la cena que la embajada de EU organizaba con motivo de las elecciones presidenciales en ese país. Nunca llegó. Su última compañera sentimental dice que la pérdida “ha sido muy dolorosa”.



Juan Camilo Mouriño

Por Marigely



Recuerdo muy bien la primera vez que te vi. Estabas ahí tirado en el piso afuera del salón de clases. Te sacaron porque te portaste mal. Yo había ido a tu escuela muy arregladita porque se iba a realizar una kermés. En tu secundaria iban puros niños, pero fuiste tú el que hizo latir tanto mi corazón que hasta sentía los latidos en las orejas. Eras el españolito guapo que apenas había llegado a Campeche por lo que te quería sólo para mí.

Como vivíamos en una ciudad relativamente chica y éramos de la misma generación, coincidimos en muchas fiestas y nos volvimos buenos amigos. Aunque los dos sabíamos que había algo más.

Fue muy triste cuando te mandaron a estudiar la prepa al Montverde, en Florida. Aunque seguíamos en contacto, escribiéndonos cartas y viéndonos en las vacaciones, te extrañaba mucho. Luego me diste la noticia que te quedarías a estudiar la universidad en Tampa. Elegiste economía mientras que yo me fui a estudiar ciencias de la comunicación al Tec de Monterrey, en Nuevo León.

Quién iba a pensar que en cuanto terminamos nuestras carreras la vida nos volvería a juntar. Era 1994, ahí estábamos los dos de nueva cuenta. Frente a frente en Campeche, pero esta vez con las manos entrelazadas.


Suenan las campanas
A tus 26 años, te fuiste a un Super Bowl en Miami con tu familia. Yo esperaba ansiosa el regalo que me habías prometido. Y me sorprendí mucho cuando vi el obsequio, ¿una bata de baño? Ay Iván, pero qué ocurrencias las tuyas, ¿quién regala eso? En fin, la usaba para salir de la regadera; así fueron varios días hasta que una vez se me ocurrió meter la mano en la bolsa de la bata. ¡Oh sorpresa! Había una cajita con un anillo. A mis 25 años dije “acepto”, sin necesidad de pensarlo.

Cuando me diste tu acta de nacimiento para ir apartando la iglesia me enteré que te llamabas Juan Camilo y no Iván, pero es que toda tu familia te decía así desde chiquito, aunque esa es otra historia.

Un año después, en junio de 1998, cuando yo tenía 26 y tú 27, nos casamos por el civil en casa de mis papás ante un aire acondicionado descompuesto, ¡qué cosa! Todos sudaban y yo estaba intacta. No sé cómo le hice, ni me di cuenta por tanta felicidad. Ahora que lo veo en las fotos todavía no comprendo.

A la semana fue la boda religiosa. Entramos a la Catedral de Campeche para jurarnos amor “hasta que la muerte los separe”. Ay Iván, quién iba a decir que tan pronto.



El secuestro marcó a Iván

cuenta Marigely

Nadie como yo sabe lo que sufriste esos dos días que te secuestraron. Tenías 24 años y éramos novios. Me tocó compartir con tu familia la angustia de tu ausencia. Llegué a pensar que no te volvería a ver y estaba aterrorizada; afortunadamente te soltaron sano y salvo. Me acuerdo que hasta estabas agradecido con los secuestradores porque te trataron bien y te habían dejado vivir. Esas 48 horas estuviste encerrado en un cuarto, con los ojos vendados. Te daban comida casera y agua. Me contaste que siempre te hablaba una misma voz. Finalmente tus papás pagaron el rescate y volviste a mis brazos.


Después del secuestro vi un gran cambio en ti. Me decías que habías vuelto a nacer y que la vida te había dado una nueva oportunidad. Tú creías que te iban a matar y, en medio del cautiverio, te daba tristeza morir sin haber dejado un legado. Algo por lo que valiera la pena haber vivido. Te marcó tanto esa experiencia que por fin decidiste hacer caso a los coqueteos del pan para afiliarte a su partido, querías hacer algo por México.

A mediados de los 90 dejaste de trabajar en la empresa familiar y contendiste para diputado local por el distrito quinto de Campeche. Hicimos campaña juntos. Te ayudé a cerrar sobres y pegar carteles a pesar que mi familia era priista: mi abuelo Ángel, ex gobernador, y mi hermano Gabriel, diputado y presidente municipal. Pero Gordo, no me importó y ganamos por una considerable mayoría.


Su amor por la política

por Marigely


Me acuerdo mucho la primera vez que te llamó la atención, el ahora presidente, Felipe Calderón. Siempre lo contabas con tanta gracia que los dos se carcajeaban de eso.

Tú tenías 23 años y él era en ese entonces presidente del pan. Tu papá, Carlos Mouriño Atanés, había organizado un evento en Campeche para los panistas de la ciudad, pues aunque su negocio era de gasolineras –Grupo Energético del Sureste–, él se estaba metiendo mucho a la política. Entonces Calderón viajó en su papel de presidente del partido y ahí estabas en medio de toda esa gente debido a que no te habían dejado nada de cenar en tu casa y porque tu papá te lo había pedido.

Entonces Felipe empezó a preguntar a los asistentes, uno por uno, quiénes eran y porqué estaban ahí. Cuando llegó tu turno, te paraste y con toda la osadía le contestaste: “Soy Iván Mouriño (eras conocido como Iván por tus cercanos), estudié economía en Tampa y la verdad estoy aquí porque me van a dar de cenar”. Calderón, sorprendido, te contestó: “Ay Iván, pues es una pena que un muchacho con tu preparación escolar, que puede hacer algo por el país, me diga que viene por comida”.

Y ya ves Gordo, quién diría que sería el primero de varios regaños.

Amor por la política
Al poco tiempo de nuestro matrimonio diste un salto en tu carrera política. Te convertiste en presidente del pan estatal con siete alcaldías ganadas, lo que nunca antes se había logrado.

A la par, nos hicimos padres. En 1999 tuvimos a la primera, María, y tres años después a Iván. Quisimos ponerle Iván en lugar de Juan Camilo pues así era como todos te conocíamos.

Éramos muy felices en Campeche, ¿lo recuerdas? Pero te quedaba chico y siempre lo supe. Decidiste ir por una diputación federal así que te tuviste que mudar a la ciudad de México, a un departamento en Polanco. En esa época fue cuando tu relación con Felipe Calderón se volvió mucho más estrecha.

Como entenderás, con una niña de tres años y un bebé recién nacido no estaba lista para irme contigo. Pero me dio un enorme gusto cuando ganaste. Fueron dos años difíciles de mantener un matrimonio a distancia. Sin embargo, te agradezco que hayas puesto tanto de tu parte y que nos fueras a ver tan seguido.

Llegó un punto en que esa situación ya no podía seguir. Me cayó el veinte cuando en la escuela la maestra le preguntó a María a qué se dedicaba su papá, y ella respondió que era piloto aviador porque siempre lo llevábamos al aeropuerto. Así que agarré mis cosas y te alcanzamos en el df, aunque fue por poco tiempo, pues regresamos otra vez a Campeche.

Ahora se te había metido la idea de ir por la alcaldía. Nuevamente hicimos campaña, aunque finalmente no fuiste el ganador. Andabas triste. Sé que las derrotas no son fáciles de sobrellevar, pero fue cuando llegó el ofrecimiento de tu ya amigo Felipe –a quien el presidente Vicente Fox acababa de nombrar Secretario de Energía–, para trabajar con él como subsecretario de Electricidad, y ahí vamos de regreso a la ciudad de México.

Compramos nuestro departamento y nos establecimos. En ese tiempo me embaracé de nuestro tercer hijo, Juan Camilo. Yo quería una niña, pero ahora comprendo que las cosas son por algo y que si no hubiera sido niño, no se hubiera llamado como tú.


Más tarde Felipe renunció porque Fox le hizo un regaño público. Tú decidiste irte con Calderón. Siempre admiré tu entereza, lealtad y temple. Aunque cuestioné tu decisión, fuiste claro: “Somos un equipo y si él sale, yo también”. A partir de entonces empezaron a trabajar internamente por la candidatura de Calderón por el pan para la presidencia de la República.

Ahora se te había metido la idea de ir por la alcaldía. Nuevamente hicimos campaña, aunque finalmente no fuiste el ganador. Andabas triste. Sé que las derrotas no son fáciles de sobrellevar, pero fue cuando llegó el ofrecimiento de tu ya amigo Felipe –a quien el presidente Vicente Fox acababa de nombrar Secretario de Energía–, para trabajar con él como subsecretario de Electricidad, y ahí vamos de regreso a la ciudad de México.

Compramos nuestro departamento y nos establecimos. En ese tiempo me embaracé de nuestro tercer hijo, Juan Camilo. Yo quería una niña, pero ahora comprendo que las cosas son por algo y que si no hubiera sido niño, no se hubiera llamado como tú.

Más tarde Felipe renunció porque Fox le hizo un regaño público. Tú decidiste irte con Calderón. Siempre admiré tu entereza, lealtad y temple. Aunque cuestioné tu decisión, fuiste claro: “Somos un equipo y si él sale, yo también”. A partir de entonces empezaron a trabajar internamente por la candidatura de Calderón por el pan para la presidencia de la República.


Marigely

fue víctima de agresión

No puedo describir la alegría, el orgullo y la satisfacción personal que reflejabas cuando Felipe ganó la presidencia. Estabas tan entregado a esa campaña que no había descansos. Te nombraron jefe del equipo de transición de las dos Presidencias y de ahí te fuiste a la Oficina de la Presidencia en Los Pinos. Era una época muy bonita. Lástima que nuevamente salí despavorida a Campeche con nuestros tres hijos cuando un grupo de perredistas me lanzó piedras en la calle. Me asusté mucho, sabes que no soy mujer para eso. Te apoyé siempre desde mi trinchera, como esposa y madre de tus hijos pero desde la casa.

Volvimos a las llamadas y a vernos de vez en cuando, pero tus compromisos eran muchos. Así que esperé a que se calmaran las aguas y regresé a tu lado cuando te iban a nombrar secretario de Gobernación.

Recuerdo la noche cuando llegaste al departamento y me dijiste: “Acabo de hablar con el Presidente y todavía no es público, pero me dice que voy a Gobernación”. A mí casi se me cayó el pelo, pero dijimos ‘enhorabuena y que sea para bien’. Los meses que estuviste ahí fueron incansables, me consta, estabas dedicado totalmente a tu trabajo y a sacar adelante lo que te habían encomendado.

Te levantabas temprano, desayunabas ligero y luego de hacer ejercicio te ibas a la oficina. Hablábamos diario por teléfono, siempre he dicho que gracias a que me compraste una BlackBerry sobrevivió nuestro matrimonio, pues todo el tiempo estabas en reuniones, de viaje o en cenas de trabajo. Muchas veces llegabas y yo ya estaba dormida. Conste que no es reproche.

Hasta el último momento agradecí el buen padre que fuiste. Cuando te decía que alguno de tus hijos tenía examen, te hacías un tiempo para salir antes y llegar a estudiar con ellos. Si vieras ahora cuánto se acuerdan de eso. Eras un papá con mucho amor y cariño hacia ellos. Consentidor, pero a la vez riguroso. Los niños tenían que cumplir tus reglas. Yo siempre te apoyé y te di tu lugar, los permisos tú los concedías y las decisiones tú las tomabas. Queríamos tener un cuarto hijo; ¡cuántos planes se quedaron en el aire! De lo que sí puedes estar tranquilo es que estoy dedicada por completo a nuestros tres hijos. Cuidaré de ellos y los sacaré adelante. Nunca te van a olvidar porque los enseñaré a recordarte.

Juan Camilo

disfrutaba la intensidad del futbol

Nos encantaba ir a los partidos de futbol. Íbamos toda la familia a los del Cruz Azul, porque eras fan, y a los de los Pumas, por mí. Luego llevábamos a los niños al cine o algún lugar donde además de comer ellos pudieran jugar; pero cuando salíamos en pareja, te gustaba ir a L’Osteria del Becco o al Puerto Madero. A la menor provocación salíamos con amigos.

Éramos un matrimonio muy feliz. Nunca se me va a olvidar mi cumpleaños de 2008; me organizaste una fiesta y aún te veo cuando después de la cena entraste con el mariachi cantándome “Las mañanitas”. Te veías tan guapo. Fue una sorpresota enorme y esas cosas, creeme, se quedan para siempre.

Ay Gordo, es que eras tan alegre, divertido, amiguero, carismático. Siempre invitando gente a la casa. Te gustaba jugar el Xbox de tus hijos, te divertías como un niño con el Guitar Hero hasta la madrugada. Yo creo que te relajaba. Cuando oía la guitarra desde el cuarto, te gritaba como a otro de mis hijos: “ya vente a dormir”, pero no me hacías caso.


Incertidumbre del futuro

por Marigely

Confieso que de lo mucho que se dijo de ti, lo que sí me preocupó bastante fue lo de los famosos contratos que firmaste. Estabas muy tranquilo y ecuánime. Pero yo estaba muy nerviosa, así que un día fui a Gobernación a hablar con tus abogados y me dijeron que habías actuado conforme a la ley y que no había nada de qué acusarte. Me aseguraron que se trataba de un ataque político, por lo que me tranquilicé mucho. Aunque me mantuve informada.

No sé qué seguía en tu carrera Iván. No estabas definido. No sabías si querías ser presidente de la República o gobernador de Campeche. Pensabas que el destino era el que tenía que elegir. Así como cuando nos casamos. Pues nunca nos pasó por la cabeza que un día serías secretario de Gobernación.

Ya han pasado cuatro meses de tu muerte y quisiera soñarte, platicar contigo, pero creo que mi cuerpo se bloquea de alguna forma. Sin embargo, te siento en mi vida diaria. Sé que estás conmigo y quiero que sepas que yo también voy a estar siempre contigo.


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