El principal invento melquiadista fue sin duda Víctor Manuel Giorgana.
De secretario particular (donde salió con todo el gabinete en contra) pasó al PRI (donde terminó señalado como incompetente por la talentosa Silvia Tanús) y acabó como líder del Congreso (donde concluyó señalado por priístas como plomero del paredismo).
En la contienda del 2004 su papel se limitó a ser “el filosofo marinela” porque siempre respondía a la pregunta de ¿quién sería el candidato del PRI a la gubernatura?.
Levantaba su dedito y empezaba el mamón: “De tín marín…”.
Al arrancar el sexenio de Mario Marín se quedó en Carretera de Cuotas. Luego, reapareció con Blanca Alcalá. Presume ser su alter ego. Corrió la versión de que su papel sería la de vice alcalde, a través de la coordinación de políticas públicas, donde colocó posiciones en diversas áreas del municipio que sólo le responden a él.
Su estrategia es muy clara. Quiere ser candidato a la presidencia municipal de Puebla, pero poniendo por delante a la alcaldesa Blanca Alcalá.
Utiliza su imagen como el estandarte de la Virgen de Guadalupe que uso el cura Hidalgo. Ella adelante, él atrás. Si Blanca queda, él se queda con el poder municipal; si Alcalá se queda, él cree que quedará.
Sí, parece trabalenguas.
Víctor Manuel Giorgana estuvo en lo suyo. En plena guerra de declaraciones por la exclusión de Alcalá de la lista de candidatos a Casa Puebla, acusó a los marinistas de tenerle miedo a la alcaldesa.
Luego, descalificó a Alejandro Armenta Mier. El gobernador en el último encuentro con Blanca sugirió calmar los ánimos de su funcionario.
Sin embargo, Giorgana no entendió.
Ahora que esperaba el abierto respaldo de Blanca Alcalá en sus aspiraciones, la alcaldesa se deslindó.
Lo dejó solo.
La carta de Alcalá siempre fue Jorge Estefan Chidiac.
Ahora Giorgana reclama lo que jamás ofreció como dirigente priista en el melquiadista: apertura a políticos diferentes del grupo en el poder.
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