Sucedió en la mixteca poblana (por ahí de Atlixco), en la elección que perdió el PRI en 2010...
La diputada se arregló los cabellos maltratados por el peróxido y se colocó una escasa capa de maquillaje y se observó en el espejo que a duras penas daba cobertura a su amplio cuerpo de varios gramos de más, pero estaba segura de si misma, de su forma de imponerse en la gente, en el futuro político que le esperaba porque había apostado con el gallo del que manda e impone.
La tarde estaba tapizada por una capa densa de neblina y con a amenaza latente de lluvia en cualquier instante, clima propio de la zona de una perla de la sierra. Varias personas la esperaban en el salón social que su amigo le había facilitado para la reunión, a fin de dar forma a la línea regional y dar por terminadas las especulaciones políticas del momento.
La prometedora funcionaria popular tomó el micrófono y lanzó su arenga “No nos podemos equivocar, la línea es con el secretario, ese es el bueno. Al otro lo vamos a dejar en el camino y hay que tener mucho cuidado de que no nos vean con él, porque nos puede perjudicar”.
Todos salieron con la idea perfectamente clara de a quien tendrían que dar su respaldo y al otro ni siquiera mirarlo a los ojos, porque quedarían petrificados políticamente. Un efecto similar que el provocado por Medusa en la mitología griega y el gran Perseo.
Su amplio cuerpo cayó en el asiento delantero de la camioneta oscura que manejaba un asistente. Sacó su celular y trató de comunicarse con el casi candidato al máximo órgano de gobierno en la entidad, sin embargo no pudo entablar conversación y la mandó a buzón. Se conformó con enviar un mensaje de texto para exponerle los resultados de los acuerdos obtenidos y de que el proyecto empezaba a dar los frutos deseados, porque más de veinte líderes de la zona estaban bajos sus órdenes y en sus corazones sólo latía la última letra del abecedario.
Aspiró profundamente el aire limpio de la sierra y se dirigió a casa para platicar con su marido de los planes del futuro lleno de grandes esperanzas, porque nadie les iba a quitar la oportunidad de dominar la región. Todo estaba de su lado y estaba ganando la confianza del próximo jefe de estado, a quien no sólo lo tenía como amigo sino como compadre.
El grupo de los rebeldes, encabezados por el expresidente municipal, habían tocado las puertas de la mujer que se perfilaba para ser la Elba Ester Gordillo de la zona pero no estaba dispuesta a regalarle ni un guiño, porque trataba de evitar el más mínimo enojo de mero mero, a pesar de que el pesado recibió el apoyo político y económico para poder hacer campaña en busca de una curul.
Los días sinuosos comenzaron a llegar y era momento de echar toda la carne al asador. Nadie tendría que parar este tren impulsado por la mejor energía existente: la ambición por el poder. Todo estaba preparado para la reunión de evaluación regional, en dónde se tendrían que ajustar hasta las últimas tuercas de la maquinaria avasalladora que construían manos expertas.
- Candidato, esta zona toda está comprometida con usted y nada ni nadie nos la va a quitar, pero si necesitamos reforzar las acciones con apoyos para nuestra gente, dijo la operadora.
- Te felicito y gracias por toda tu entrega, pero sobre todo por la lealtad en la que te has conducido, estoy seguro de que tu y tu gente no nos va a fallar, expresó un cansado candidato.
- Por supuesto que no, pero solo quiero hacerle un comentario, porque le he solicitado al subcoordinador de campaña más apoyos para mi estructura, pero hasta el momento no ha llegado y ya ven como son mis paisanos medio desconfiados.
- A ver Pepe, hay que bajar todos los apoyos para su gente, porque no quiero que sea pretexto el día de las votaciones, confió en ti y a todos nos va a ir muy bien, ya verás, remató el candidato.
Los ánimos estaban por los cielos y más de que los apoyos se iban concretar. Una llamada telefónica confirmó todo: sería el fin de semana cuando los tinacos estarían llegando a la zona y sólo era necesario dar la dirección a dónde se descargarían el tráiler. El dinero de la movilización se entregaría directamente en la oficina de la capital del estado.
Una tasa de café humeante fue servida y colocada en la mesa redonda de la sala, desde dónde dominaba parte de la panorama de la sierra norte y con una sonrisa delineaba las acciones a seguir antes y después de las elecciones. El frío empezaba a calar los huesos y se espera un invierno fuerte, pero los ánimos tendrían que estar en las nubes.
Mientras los fieles seguidores esperaban ansiosos los apoyos que les habían prometido y estaban seguros de que esta vez no les iban a fallar como en ocasiones anteriores que los dejaron colgados con varias promesas de campaña, porque necesitaban de ellos.
Unos días antes a los oídos de la líder, la futura dueña de la zona, llegaron versiones que se acercaban a un cierto grado de confiabilidad de que los números no estaban de su lado y la derrota, luego de decenas de años en el poder, estaba cobrando fuerza. Desconfiada como toda política hizo varias llamadas, realizó varias reuniones y cruzó información, porque no lo podía creer, no debería ceder a las malas noticias.
Su imperio imaginario empezó a decaer cuando las versiones confirmaban que por primera vez en la historia moderna estaban abajo en las encuestas y cuando no encontró una rendija de esperanza realizó una llamada para detener el operativo de entrega de tinacos. Era necesario valorar la conveniencia de entregarlos, porque si el voto oculto los arrinconaba a la derrota estarían desperdiciando el material que ya estaba en la bodega.
El concejo de familia determinó guardar el material con la premisa de que si ganaban los comicios entregaban los tinacos posteriormente y en caso contrario lo valorarían más adelante para cualquier emergencia o reclamo central.
Mientras a los seguidores les surgió una duda, una maldita incertidumbre de cuando les darían lo prometido y las voces se empezaron a multiplicar:
¿Y mis tinacos?, decían los unos.
¿Y mis tinacos?, decían los otros.
¿Y mis tinacos?, y mis tinacos, y mis tinacos y….
Las elecciones pasaron y una oferta surgió entre los ferreteros más fuertes de la zona: Se venden cientos de tinacos a buen precio.
¿Y mis tinacos?
La tarde estaba tapizada por una capa densa de neblina y con a amenaza latente de lluvia en cualquier instante, clima propio de la zona de una perla de la sierra. Varias personas la esperaban en el salón social que su amigo le había facilitado para la reunión, a fin de dar forma a la línea regional y dar por terminadas las especulaciones políticas del momento.
La prometedora funcionaria popular tomó el micrófono y lanzó su arenga “No nos podemos equivocar, la línea es con el secretario, ese es el bueno. Al otro lo vamos a dejar en el camino y hay que tener mucho cuidado de que no nos vean con él, porque nos puede perjudicar”.
Todos salieron con la idea perfectamente clara de a quien tendrían que dar su respaldo y al otro ni siquiera mirarlo a los ojos, porque quedarían petrificados políticamente. Un efecto similar que el provocado por Medusa en la mitología griega y el gran Perseo.
Su amplio cuerpo cayó en el asiento delantero de la camioneta oscura que manejaba un asistente. Sacó su celular y trató de comunicarse con el casi candidato al máximo órgano de gobierno en la entidad, sin embargo no pudo entablar conversación y la mandó a buzón. Se conformó con enviar un mensaje de texto para exponerle los resultados de los acuerdos obtenidos y de que el proyecto empezaba a dar los frutos deseados, porque más de veinte líderes de la zona estaban bajos sus órdenes y en sus corazones sólo latía la última letra del abecedario.
Aspiró profundamente el aire limpio de la sierra y se dirigió a casa para platicar con su marido de los planes del futuro lleno de grandes esperanzas, porque nadie les iba a quitar la oportunidad de dominar la región. Todo estaba de su lado y estaba ganando la confianza del próximo jefe de estado, a quien no sólo lo tenía como amigo sino como compadre.
El grupo de los rebeldes, encabezados por el expresidente municipal, habían tocado las puertas de la mujer que se perfilaba para ser la Elba Ester Gordillo de la zona pero no estaba dispuesta a regalarle ni un guiño, porque trataba de evitar el más mínimo enojo de mero mero, a pesar de que el pesado recibió el apoyo político y económico para poder hacer campaña en busca de una curul.
Los días sinuosos comenzaron a llegar y era momento de echar toda la carne al asador. Nadie tendría que parar este tren impulsado por la mejor energía existente: la ambición por el poder. Todo estaba preparado para la reunión de evaluación regional, en dónde se tendrían que ajustar hasta las últimas tuercas de la maquinaria avasalladora que construían manos expertas.
- Candidato, esta zona toda está comprometida con usted y nada ni nadie nos la va a quitar, pero si necesitamos reforzar las acciones con apoyos para nuestra gente, dijo la operadora.
- Te felicito y gracias por toda tu entrega, pero sobre todo por la lealtad en la que te has conducido, estoy seguro de que tu y tu gente no nos va a fallar, expresó un cansado candidato.
- Por supuesto que no, pero solo quiero hacerle un comentario, porque le he solicitado al subcoordinador de campaña más apoyos para mi estructura, pero hasta el momento no ha llegado y ya ven como son mis paisanos medio desconfiados.
- A ver Pepe, hay que bajar todos los apoyos para su gente, porque no quiero que sea pretexto el día de las votaciones, confió en ti y a todos nos va a ir muy bien, ya verás, remató el candidato.
Los ánimos estaban por los cielos y más de que los apoyos se iban concretar. Una llamada telefónica confirmó todo: sería el fin de semana cuando los tinacos estarían llegando a la zona y sólo era necesario dar la dirección a dónde se descargarían el tráiler. El dinero de la movilización se entregaría directamente en la oficina de la capital del estado.
Una tasa de café humeante fue servida y colocada en la mesa redonda de la sala, desde dónde dominaba parte de la panorama de la sierra norte y con una sonrisa delineaba las acciones a seguir antes y después de las elecciones. El frío empezaba a calar los huesos y se espera un invierno fuerte, pero los ánimos tendrían que estar en las nubes.
Mientras los fieles seguidores esperaban ansiosos los apoyos que les habían prometido y estaban seguros de que esta vez no les iban a fallar como en ocasiones anteriores que los dejaron colgados con varias promesas de campaña, porque necesitaban de ellos.
Unos días antes a los oídos de la líder, la futura dueña de la zona, llegaron versiones que se acercaban a un cierto grado de confiabilidad de que los números no estaban de su lado y la derrota, luego de decenas de años en el poder, estaba cobrando fuerza. Desconfiada como toda política hizo varias llamadas, realizó varias reuniones y cruzó información, porque no lo podía creer, no debería ceder a las malas noticias.
Su imperio imaginario empezó a decaer cuando las versiones confirmaban que por primera vez en la historia moderna estaban abajo en las encuestas y cuando no encontró una rendija de esperanza realizó una llamada para detener el operativo de entrega de tinacos. Era necesario valorar la conveniencia de entregarlos, porque si el voto oculto los arrinconaba a la derrota estarían desperdiciando el material que ya estaba en la bodega.
El concejo de familia determinó guardar el material con la premisa de que si ganaban los comicios entregaban los tinacos posteriormente y en caso contrario lo valorarían más adelante para cualquier emergencia o reclamo central.
Mientras a los seguidores les surgió una duda, una maldita incertidumbre de cuando les darían lo prometido y las voces se empezaron a multiplicar:
¿Y mis tinacos?, decían los unos.
¿Y mis tinacos?, decían los otros.
¿Y mis tinacos?, y mis tinacos, y mis tinacos y….
Las elecciones pasaron y una oferta surgió entre los ferreteros más fuertes de la zona: Se venden cientos de tinacos a buen precio.
¿Y mis tinacos?
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