Juan José Rodriguez Prats
Andrés Manuel Lopez Obrador Reúne las características del líder populista y hace uso de la virtud que señala Maquiavelo: el denuedo obsesionado y enfermizo.
Tiene razón Cuauhtémoc Cárdenas: es fácil preservar la amistad con Andrés Manuel López Obrador, siempre y cuando se acate lo que él dice. Si uno discrepa o cuestiona sus opiniones y/o instrucciones, la relación concluye y uno se convierte en deshonesto, mentiroso, reaccionario, mafioso y enemigo del pueblo. El ostenta la única verdad. Así son las personas autoritarias.
López Obrador, más que tener convicciones, tiene creencias; más que sustentar ideas, da órdenes; más que permitir el diálogo, impone su voluntad. Lo sorprendente es que gente con cierto nivel de estudios todavía vea en él a un auténtico demócrata. Hay alguien con quien sí es flexible y ampliamente condescendiente: consigo mismo. Ahí sí permite incongruencias y las más absurdas posiciones políticas e ideológicas. Veamos algunos casos.
1. Andrés Manuel recorrió las zonas rurales de Tabasco, donde las tarifas eléctricas reciben un elevado subsidio, solicitando que los usuarios no pagaran el servicio de energía eléctrica. El adeudo ha rebasado los tres mil millones de pesos. Cuando la Comisión Federal de Electricidad decidió proceder a cortar el servicio, en un diálogo directo con su director, Rogelio Gasca Neri, hubo un acuerdo: López Obrador no atacaría a Ernesto Zedillo y la CFE no tomaría ninguna acción. Imagínese, lector, lo que costó —y sigue costando— que López Obrador no atacara a Zedillo. Para López Obrador no hay deshonestidad ni alianza con la mafia, la causa lo justifica.
2. En agosto del 2000, López Obrador, sin el menor recato, pidió a Vicente Fox su intervención para que el candidato panista a la gubernatura de Tabasco declinara, lo cual posibilitaría el triunfo del PRD. Evidentemente, Fox no podía dar esa instrucción, pero ofreció hacer las gestiones correspondientes. Para ello acudió a Rodolfo Elizondo, quien inútilmente se lo solicitó al presidente del partido, Luis Felipe Bravo. ¿Por qué en ese momento López Obrador sí quiso una alianza?
3. En 1999 formamos, con Héctor Argüello (q.e.p.d.) y José Eduardo Beltrán, el Frente Amplio por la Democracia y en Contra de la Represión para presentar una candidatura común a la gubernatura de Tabasco. López Obrador era el candidato más viable, pero existía la posibilidad de que contendiera por la Jefatura del Gobierno del Distrito Federal, así que nos ofreció ser los primeros en conocer su decisión. Faltando a su palabra, por los medios nos enteramos de ella. Eso sí, después del triunfo de Fox, me solicitó, por conducto de Octavio Romero, que el PAN no postulara candidato a gobernador en Tabasco o bien que la candidatura panista fuera meramente testimonial. ¿No fue ésta una petición de alianza?
4. El lema de campaña al gobierno del Distrito Federal fue Por el Bien de Todos, Primero los Pobres. Sin embargo, su obra más relevante fue el segundo piso del periférico con un costo desconocido hasta la fecha, para beneficio de quienes tienen un mejor nivel socioeconómico. ¿Por qué no optó por dotar de agua potable a Iztapalapa? En una franca distorsión de la política social, de los 4 mil 200 millones de pesos que se destinan al año para los mayores de 70 años, mil 600 millones son para gente que no tiene necesidad de esa ayuda. Por otra parte, ¿no acaso sus funcionarios incurrieron en una brutal corrupción?
Conozco a Andrés Manuel desde que militábamos en el PRI, ambos fuimos dirigentes estatales de ese partido y a él renunciamos por no haber sido postulados a un cargo. En su caso, la alcaldía de Macuspana; en el mío, la senaduría por Tabasco. Nos enfrentamos en un debate en Tabasco el 21 de abril de 1992, siendo él dirigente estatal del PRD y yo secretario de Gobierno. La prensa dio cuenta de esa contienda de ideas. Los dos contendimos contra Roberto Madrazo Pintado a la gubernatura de Tabasco en 1994 y él reconoce en uno de sus libros que yo fui el primero en denunciar los gastos excesivos de campaña del PRI y en solicitar el juicio político al candidato priista (por cierto, el que más ha prosperado en la Cámara de Diputados). Debo agradecerle que en 1991 me ofreciera una diputación plurinominal si yo ingresaba al PRD.
En una plática, cuando contendía por la presidencia nacional del PRD, me confesó estar harto de las presiones y chantajes perredistas y me dijo textualmente: “Los perredistas son peor que los priístas”. En 1998, estuve a punto de lograr una hazaña: reunir a los entonces presidentes del PAN y del PRD: Felipe Calderón y López Obrador. El primero cumplió su compromiso; el segundo canceló a última hora. Por último, tuvimos una discusión en febrero de 2000, cuando le reclamé su lenguaje soez en contra del PAN. Desde entonces, no hemos pasado del saludo.
¿Por qué relato todo esto? López Obrador constituye uno de los casos más insólitos en la historia de México al haber creado un liderazgo partiendo de cero, gracias a una sencilla estrategia: enfrentarse a la autoridad y, en un país con un endeble Estado de derecho, violar la ley y hacerse la víctima. Reúne las características del líder populista y hace uso de la virtud que señala Maquiavelo: el denuedo obsesionado y enfermizo. Lástima que ese empeño y ese liderazgo sean utilizados para crear división, para alentar resentimientos y para enturbiar y ofuscar la conciencia ciudadana. México sigue derrochando sus escasos recursos; en este caso, el liderazgo político.
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