Uno de los grandes saldos de la elección del 4 de julio que nadie quiere abordar es el divorcio evidente entre los medios locales de comunicación y la sociedad poblana. Las empresas y los periodistas mostraron que caminan en sentido contrario a sus lectores, radioescuchas y televidentes, evidenciando una crisis en su modelo de empresa e influencia en la opinión pública. En otras palabras: el sistema de medios creado y mantenido por el poder marinista fue incapaz de influenciar al electorado poblano para rechazar la opción del cambio encarnado por la alianza opositora y elegir al proyecto continuista de Mario Marín. Los medios de comunicación no podemos eludir más la autocrítica imprescindible: los ciudadanos simplemente no creen en lo que escuchan en sus noticieros ni en lo que leen en sus periódicos o portales de internet, porque si así fuera, Javier López Zavala sería hoy gobernador electo y el PRI habría obtenido triunfos arrolladores tras la ola de loas que le dedicaron el 80 por ciento de los medios locales que, como empresas, se apostaron a defender los intereses del proyecto transexenal de Mario Marín.
Si los medios poblanos evidenciaron un corto circuito en su capacidad de modelar la opinión pública y una muy baja credibilidad, también mostraron su condición prehistórica para adoptarse al modelo de comunicación global del internet y las redes sociales: con la guerra sucia fuera de los canales tradicionales, la red fue el campo de batalla y las redes sociales el canal que una gama de ciudadanos encontró para difundir la verdad que los medios tradicionales se negaron a tocar. El episodio de los audios del gobernador Marín en una relación amorosa fue recogido por muy pocos noticieros y periódicos. Pocos nos atrevimos, mientras en las redes sociales y el correo electrónico se distribuyeron profusamente al grado de que en pocos días había trascendido a la mayoría de la población. En otras palabras: en los tiempos de la globalización ya no se puede tapar el sol con un dedo, y los medios locales no se encuentran preparados para ello porque su negocio radica en ocultar, no en revelar.
Sin duda, la elección del 4 de julio puede convertirse en un caso académico de estudio para los gurús electorales, puesto que el proceso electoral poblano es la excepción a aquella frase del consultor Pep Napolitan de que “una elección es una guerra cuyo campo de batalla son los medios de comunicación”. Y es que Javier López Zavala ganó la batalla de los medios, pero perdió la gubernatura. Las portadas con calificativos de “inalcanzable” y “arrasador” no bastaron, así como tampoco las entrevistas cómodas en radio y televisión y menos, por supuesto, la guerra sucia con videos alterados. ¿Qué ocurrió entonces? Quizá a Napolitan le faltaron dos expresiones vitales del campo mediático: credibilidad y audiencia. “Una elección es una guerra cuyo campo de batalla son los medios de comunicación”… que tienen credibilidad y audiencia.
Una de las debilidades reveladas por los comicios del 4 de julio es el alejamiento producido entre los medios y su audiencia provocada por la naturaleza desviada de la prensa: los comunicadores poblanos escriben y hablan pensando en las causas del poder y no en los intereses ciudadanos. El Ogro Filantrópico del Marinismo, a partir del escándalo Cacho, se dedicó a invertir cuantiosamente para restaurar su legitimidad y evitar la crítica. Quienes apostamos por el cuestionamiento nos quedamos sin convenios y sin programas de radio, como ocurrió con la censura a La Quintacolumna radiofónica. Dado que el gobierno estatal es el principal financiador de periódicos, portales digitales, y en buena medida de estaciones de radio, la principal preocupación de los empresarios es mantener sus convenios y agraciar a toda clase funcionarios, de los que después se derivan otro tipo de prebendas y concesiones. Por ello, lo importante es lo que escuchan los poderosos y no los contenidos que les interesan a los ciudadanos. Así, el sistema mediático de Puebla tiene poco crítica, y por ende, poca audiencia. La verdad oficial no genera raiting ni en Puebla ni en ningún lugar del mundo. Las buenas noticias no son noticias, sobre todo en el caso de la prensa que se debe al lector que desembolsa unas monedas para informarse.
Tan grave es la crisis que la mayoría de los periódicos poblanos se regalan en restaurantes y cafeterías en su desesperación por tener un poco de circulación. Las excepciones a esta tendencia son El Sol de Puebla, CAMBIO y El Columnista, los únicos diarios que no regalan ni un ejemplar. Así pues, los poblanos no adquieren periódicos: el gobierno paga por ellos. Y por eso, el que paga, manda. Los diarios poblanos apuestan porque los hojeen, no porque los lean.
Como el gobierno estatal es el principal cliente de la prensa y su gran financiero, es tan importante que las empresas de comunicación jueguen adecuadamente sus intereses en una guerra electoral. Con ello desmitificamos la existencia de una prensa “objetiva”, ya que conglomerados de intereses, los medios tienen candidatos y apuestan por ellos. Tan simple y tan sencillo. En el mejor de los casos lo único que se puede garantizar es la pluralidad: que todas las partes tengan una cobertura similar e igualdad en el derecho a replicar. Afirmar que las empresas de comunicación no tienen preferencias es una ingenuidad, pues ello ocurre tanto en el primer mundo como en el tercero. La prensa objetiva no existe, pero sí la prensa plural.
El caso Puebla, sin embargo, resulta extraño porque en su mayoría las empresas de comunicación se apostaron por el que a la postre resultaría el candidato perdedor. Muy pocos jugamos a la pluralidad y casi todos a la parcialidad. En caso de CAMBIO hubo tanta apertura que la dirección y la subdirección editorial tuvieron posturas opuestas, garantizando así el trato equitativo a todos los candidatos. Y todo ello ocurrió en un escenario de presiones y tentaciones provenientes del abanderado oficial. Por supuesto, nunca habrá mejor juicio que el de los lectores.
El sistema de medios de comunicación local requiere una reforma que nos haga independientes a la influencia gubernamental. No hay agua tibia ni hilo negro: ganar credibilidad y audiencia pasa por la crítica. La única receta para construir la opinión pública es ganar credibilidad. Estoy abierto al debate y a la réplica para responder una sola pregunta: ¿Qué pasó en el proceso electoral para que los medios fueran por un lado y la sociedad por otro? ¿Cuáles son las causas del divorcio? ¿Por qué no hemos realizado un ejercicio de autocrítica?
Las viejas recetas ha muerto: el modelo del periodista que cobra por lo que sabe, no por lo que publica eclosionó con las redes sociales. Hoy todo lo que se pretende ocultar pasa por Facebook, Twitter y You Tube, instancias en las que no hay control. El ejemplo paradigmático son las notas fantasmales del portal Agencia 21: casi nadie quiere hablar de ello, pero las acusaciones ya son del dominio público gracias al envío masivo de correos electrónicos. ¿Puede ocultarse la realidad en los nuevos tiempos de la sociedad global del conocimiento? No parece una apuesta sensata.
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