LAS VÍCTIMAS
- TOTAL: Aproximadamente unos 3.000
- Heridos: en torno a 6.000
EN NUEVA YORK
- TOTAL: En torno a 2.600
- Bomberos fallecidos: 300
- Policías: 85
- Heridos en hospitales: 7
- Rescatados con vida de las torres: 10
- Policías muertos: 85
- Pasajeros del Boeing 767 American Airlines 11 que impactó contra la Torre Norte: 92 (11 de ellos, de la tripulación)
- Pasajeros del Boeing 767 United Airlines 175 que impactó contra la Torre Sur: 65 (9 de la tripulación)
EN EL PENTÁGONO
- TOTAL: 184
- En el edificio: 125 (recuperados 80 cadáveres)
- Heridos: 76
- En el Boeing 757 American Airlines 77: 64 (2 de la tripulación)
EN PENSILVANIA
- Pasajeros del Boeing 757: 45 muertos, 7 de la tripulación
MEDIOS HUMANOS EMPLEADOS
- TOTAL: más de 55.000 personas participaron en las labores de rescate de supervivientes y recuperación de cadáveres
- Policía: 40.000
- Bomberos de Nueva York (más efectivos de Long Island, Nueva Jersey, Connecticut y Florida): 11.000
- Personal de emergencia: 2.000
- Voluntarios: 2.000
- Desaparecidos: 380 (entre bomberos y policías)
OTROS DATOS
- La Torre Norte resistió en pie tras el accidente 1 hora y 43 minutos
- La Torre Sur resistió 59 minutos
- Según la Comisión del 11-S, aproximadamente 16.000 personas se encontraban en el WTC
- Se recogieron unas 450.000 toneladas de escombros de las Torres Gemelas
- 7 edificios del WTC fueron arrasados y otros 25 de Manhattan sufrieron daños
- Se considera que 19 terroristas participaron, aunque, en total, 27 miembros de Al-Qaeda lo intentaron
Las consecuencias de los atentados
Bin Laden ha muerto, pero en sólo 10 años su doctrina se ha extendido como un virus de difícil desarraigo
Estados Unidos consideró desde el primer momento los ataques del 11-S como una declaración formal de guerra que exigía una definición rápida del enemigo a batir. La consecuencia fueron las guerras de Afganistán (7 de octubre de 2011) y de Irak (20 de marzo de 2003), por razones más espúreas. Los dos conflictos armados siguen abiertos, aunque Washington mantiene su compromiso de retirada de Irak a finales de este año y ha puesto fecha aproximada a la salida de Afganistán para 2014.
Según algunos estudios, las guerras convencionales contra el «terrorismo global» habrían provocado la muerte de al menos 137.000 civiles. Ni el nuevo régimen de Bagdad ni el de Kabul gozan de estabilidad, y no la esperan para el corto plazo. Irak, Afganistán y Guantánamo han entrado en el imaginario musulmán de los estereotipos contra el Occidente cristiano, que no han dejado de avanzar desde hace diez años.
El mundo post 11-S es más seguro pero da más miedo
No es probable otro atentado de esa magnitud, pero sí de las dimensiones del 11-M
ANNA GRAU*
En la novela «El hombre del salto» de Don Delillo (Seix Barral, 2007) uno de los personajes hace una reflexión tremenda sobre la caída de las Torres Gemelas. Subraya este personaje la enorme diferencia de temperamento y de destino que separa a una persona que ve caer la primera Torre y a esa misma persona viendo caer la segunda. El segundo desplome, escribe Don Delillo, se produce en un mundo mucho menos inocente, mucho más envejecido. Un mundo que ya sabe que aquella barbaridad puede suceder.
El mundo post 11-S es efectivamente un mundo más viejo. Es un mundo más sabio y más seguro donde la mayoría de expertos coinciden en que no cabe esperar que Al Qaida vuelva a cometer un atentado de semejante magnitud. Atrás quedó la histeria que echó a hervir internet cuando en Estados Unidos se desató una verdadera industria del miedo, atizada por apocalípticos y agoreros que afirmaban que era cuestión de tiempo que Osama Bin Laden detonara una bomba atómica en Washington, Nueva York, Chicago o San Francisco.
Diez años después Osama Bin Laden está muerto, acaba de caer asimismo el número dos de Al Qaida y la situación del núcleo duro de esta organización terrorista resultará familiar a los españoles, pues recuerda a la de ETA. El firme acoso de EEUU y de sus aliados, aún con discrepancias y sobresaltos, ha minado la capacidad operativa de estos yihadistas de diseño que un día parecieron campar por sus respetos pero que ahora se lo tienen que pensar mucho antes de dar un paso en falso. Hasta el mito de que Estados Unidos estaba socavado de células islamistas durmientes se tambalea ante la evidencia de que llevan diez años sin actuar. Y significativamente tampoco pasó nada al día siguiente de la muerte de Bin Laden en Pakistán.
Hoy en día el peligro no viene tanto de la propia Al Qaida, como de los yihadistas espontáneos o «lobos solitarios» que surgen por sí mismos en cada país –en cualquier país- al calor de la mitología terrorista. Gentes a las que basta un lejano ejemplo, una remota inspiración y una muy tenue conexión con los verdaderos islamistas para dar el paso hacia la violencia suicida. En una medida insuficiente para otro 11-S, pero quizás no para otro 11-M.
Más prevenidos, más asustados
Este tipo de ataque es mucho más peligroso porque es mucho más difícil de prever; el «lobo solitario» no se reúne ni se coordina con nadie y no se le ve venir hasta que actúa. A menudo el único indicio ha sido cierto lenguaje desaforado en ciertos foros de Internet (pero si eso fuese motivo de detención, habría que detener a millones), y a veces ni siquiera eso. Véase si no el caso del autor de la matanza de Noruega, muy crítico con la multiculturalidad, pero plenamente multicultural él mismo en sus métodos asesinos.
Y es que desde el 11-S vivimos en un estado de alerta antiterrorista que constituye un arma de doble filo. Estamos mucho más prevenidos pero también mucho más asustados. Se multiplican las víctimas vicarias o secundarias del terrorismo. Los medios de comunicación e Internet dan una información tan inmediata y hasta sofocante de los actos de terror que se amplifican pavorosamente sus efectos. Hay espectadores del 11-S por televisión que han sido clínicamente diagnosticados de estrés post-traumático. Por la misma regla de tres hay un constante flujo de contenidos en red dando constantemente ideas a nuevos terroristas potenciales. Y así se realimenta el ciclo.
Desde un punto de vista operativo las democracias occidentales (y más países musulmanes de los que parece, incluidos algunos inmersos en plena primavera árabe) han reaccionado incrementando de forma importante la cooperación y el intercambio de información antiterrorista con Estados Unidos. España ha mantenido líneas abiertas con Washington sobre estos asuntos incluso en los momentos más ominosos de la relación bilateral, cuando las tropas españolas salieron de Irak sin previo aviso o cuando José Luis Rodríguez Zapatero animó desde Túnez a otros medios de la coalición internacional a desertar.
Por decirlo en román paladino, todo el mundo es consciente hoy de lo que vale un peine, y de que nadie puede salir a patrullar solo, sin amigos de confianza que le guarden las espaldas. Y aún así, cuidado, porque si algo puso de manifiesto el 11-S, y de manera sangrante, es la insuficiencia, por no decir franca incompetencia, de algunos de los supuestos primeros servicios secretos del planeta. La CIA y en menor medida el FBI hicieron frente al 11-S un ridículo tan completo –y tan angustioso- como el que habían hecho en su día ante Pearl Harbor o el asesinato del presidente Kennedy.
Los americanos, divididos en torno al 11-S
Desde entonces se han pedido muchas explicaciones y se han tomado decisiones drásticas para subsanar carencias, unas más afortunadas que otras. La policía de Nueva York decidió dotarse de su propia unidad de espionaje. Las distintas agencias de inteligencia fueron urgidas a compartir mucha más información entre sí que hasta entonces (cosa que siguen haciendo con toda la desgana del mundo).
Las memorias del exvicepresidente Dick Cheney, que salen estos días, contienen un desafiante alegato a favor de los polémicos programas de detención extraordinaria y métodos endurecidos de interrogatorio (para muchos, tortura), cuestionados no sólo por los defensores de los derechos civiles sino incluso por expertos en seguridad. Que sostienen que con estos extremos se hizo más mal que bien a la lucha antiterrorista y a la seguridad del mundo. Mientras Bush y sus lugartenientes siguen insistiendo en que no se arrepienten, porque creen con toda su alma que así salvaron vidas americanas.
Un reciente sondeo del prestigioso Pew Research Center muestra que el público norteamericano está unido en la conmemoración de la tragedia, pero dividido en la opinión sobre sus causas y sus efectos. En septiembre de 2011, inmediatamente después de los atentados, un 55 por ciento rechazaba la idea de que estos hubieran podido ser causados por malas actuaciones de Estados Unidos, como sí creía un 33 por ciento. A día de hoy el margen se ha estrechado al 45 contra el 43 por ciento. También hay un 43 por ciento de estadounidenses que creen que sus gobiernos merecen crédito por haberles protegido de otro ataque similar, mientras un 35 por ciento opina que simplemente ha habido suerte.
El primer aniversario sin Bin Laden
La muerte del líder de Al Qaida supone una salida menos incómoda a las guerras de Afganistán y de Irak
LUIS CANO
El décimo aniversario del 11-S es una fecha ambivalente. Estados Unidos recuerda el mayor atentado jamás padecido en su suelo, pero también el primero sin el líder que inspiró el ataque. La muerte de Osama bin Laden venda una herida que ni las guerras de Afganistán y de Irak pudieron aliviar.
El cadáver de Bin Laden no tuvo tiempo de convertirse en reliquia ni santuario
La caída de las Torres Gemelas desató una lucha tan difusa como interminable contra un enemigo sin ejército y sin nación. Los fundamentalistas islámicos de Al Qaida eran el objetivo, las montañas afganas el principal refugio de terroristas, y Bin Laden su líder y única cara reconocible popularmente.
Los esporádicos mensajes del fundador de Al Qaida recordaban la impotencia del primer Ejército del mundo para cazar a su objetivo número uno desde el 11-S. Osama bin Laden, radicalizado tras su participación en la yihad contra la invasión soviética de Afganistán, responsable de los atentados a las embajadas de EE.UU. en Kenia y Tanzania, y del ataque al destructor USS Cole. La última pista del terrorista más buscado quedó perdida en las montañas afganas, en una inescrutable cueva de la inhóspita Tora Bora, en la frontera con Pakistán. La huella se había diluido entre el ruido de una guerra contra el terrorismo plasmada en dos invasiones bélicas.
Escondido en Paquistán
Osama bin Laden vivió sus últimos cinco años escondido en Abbottabad, a las afueras de Islamabad, en una casa de campo rodeada de prestigiosas academias militares. Una fortaleza en plena ciudad que puso en evidencia a los servicios de inteligencia paquistaníes. Estados Unidos actuó de policía, juez y verdugo ante la desconfianza hacia un Pakistán inundado de dólares para la lucha contra el terrorismo, impotente, pero sospechoso de condescendencia con los terroristas.
Estados Unidos actuó de policía, juez y verdugo ante la desconfianza hacia Pakistán
La interceptación de la llamada de un correo de Bin Laden destapó la pista inicial para su captura. Un reducido equipo de élite de los marines resolvió la misión contra el enemigo público número uno bajo la orden de vivo o muerto. Los Navy Seal irrumpieron en la vivienda desde dos helicópteros. En la tercera planta estaba Bin Laden, desarmado y acompañado de una pequeña guardia. Un disparo en la cabeza zanjó diez años de búsqueda obsesiva. Y su cuerpo, arrojado al mar, no tuvo oportunidad de convertirse en motivo de reliquia o santuario del yihadismo. La Casa Blanca no publicó imagen alguna del cadáver.
Victoria parcial
La muerte del líder de Al Qaida enmascara una salida menos incómoda para Estados Unidos. La paulatina retirada de las tropas de Afganistán y de Irak, anunciada antes de la operación contra Bin Laden, es menos derrotista. El presidente Obama acalló rumores de debilidad. El presidente Bush cruzó una meta volante de la carrera bélica emprendida tras el 11-S. Incluso los partidarios de la cárcel de Guantánamo enarbolaron su justificación de las opacas prácticas presidiarias.
El final de Osama bin Laden, sin embargo, convive más cerca del terreno simbólico que práctico. La difusa red tejida por Al Qaida la convierten en una organización formada por células autónomas, sin necesidad de un jefe organizador. El papel de Bin Laden era más de luz espiritual que operativa. Su lugarteniente Ayman Al-Zawahiri ocupa ya su puesto. La Base está lejos de desaparecer con la muerte de su líder original. La red continúa su terror, como anunció inmediatamente después del final del cerebro del 11-S: «La muerte de Osama bin Laden no será llorada. La guerra santa continuará».
El nuevo corazón de Nueva York
La Torre de la Libertad avanza a ritmo de un piso por semana con el objetivo de convertirse en el nuevo icono de los neoyorquinos
JAIME G. MORA
La zona cero volverá a ser el punto más alto de Nueva York. Diez años después de los atentados que tumbaron las colosales Torres Gemelas, el corazón de la capital del mundo vuelve a latir. Una antena elevará a 1776 pies –541 metros– los 104 pisos del World Trade Center 1, una cifra que rememora el año en que Estados Unidos se independizó de Gran Bretaña.
La que iba a llamarse Torre de la Libertad se encuentra en la fase final de su construcción. Avanza a un piso por semana –ya supera 80 pisos de los 104 que tendrá– hacia el punto más alto de Estados Unidos. Un nuevo icono para los neoyorquinos, que han vivido demasiado tiempo sin la instantánea del río Hudson atravesado por un rascacielos.
No será, no obstante, la única torre en el perímetro de 64.000 metros cuadrados vallado durante la última década. El proyecto del arquitecto Daniel Libeskind encontró el equilibrio entre la vorágine financiera y comercial con el patriotismo de EE.UU. Cuatro torres, ninguna por debajo de los 297 metros, unos cuatrocientos robles, un memorial y un majestuoso intercambiador rodearán dos estanques con cascadas donde antes se alzaban las Torres Gemelas.
«Los familiares verán los nombres de sus padres, hijos o hermanos grabados en las placas»
El centro de la nueva zona cero sigue siendo para las Torres Gemelas. Es una de las pocas cosas cuya construcción ha finalizado. El 11 de septiembre de 2011 los familiares podrán ver los nombres de sus padres, hijos o hermanos grabados en las placas de bronce que rodean los dos estanques hundidos en el suelo.
Entre el proyecto de Michael Arad y Peter Walker se encuentra el acceso al Memorial Center, que incluye un panteón con restos de las víctimas. Las 2.753 personas tendrán presencia junto a los cimientos originales de las torres. El museo quedará abierto el día del décimo aniversario aunque no estará finalizado hasta más tarde. El museo se organizará en tres partes: testimonios de aquella mañana de infausto recuerdo, la historia de Al Qaida y los conflictos posteriores al atentado, con presencia de Londres y Madrid. La visita es gratis, pero hay que reservar entrada con unos seis meses de antelación: ya se han repartido 250.000 pases.
La polémica de Calatrava
El National 9/11 Memorial Museum comunica con el intercambiador de transportes diseñado por el arquitecto español Santiago Calatrava. Una estructura tan fantástica como polémica. Muchas voces han criticado la exuberancia de su diseño casi tanto como el coste, que no para de crecer. El presupuesto ya asciende a 2.200 millones de euros frente a los 1.500 inicialmente planteados para lo que el crítico Nicolai Ouroussoff califica como «un monumento al ego creativo». Opulencia en el punto que cambió el mundo.
La superficie estará poblada por 400 robles y un peral rescatado de entre los escombros, el «survivor tree». La construcción de los rascacielos tardará más en llegar. El World Trade Center 1 es el más avanzado porque ha logrado superar las dificultades económicas en gran parte, gracias a Condé Nast, que pagará 1.400 millones de euros por 97.000 metros cuadrados. El próximo edificio más alto de EE.UU. es también uno de los más caros de la historia con el metro cuadrado a 7.000 euros. Se espera que, con el anuncio de Condé Nast, Manhattan recobre el protagonismo, algo que parece posible puesto que otros gestores comerciales están dispuestos a invertir.
También está en obras la torre World Trade Center 4, de Fumihiko Maki. Está previsto que los 72 pisos eleven el edificio de oficinas hasta los 297,2 metros. Iniciado en 2008, se espera que quede listo para el año 2013. Mientras tanto, las torres de Norman Foster y Richard Rogers siguen siendo maquetas. Un centro comercial y centro de artes escénicas completarán el complejo.
De momento, es el World Trade Center 7 quien vigila desde sus 226 metros la próxima zona cero. Destruido el 11 de septiembre de 2001, el edificio cercano al complejo fue abierto en 2006 gracias al impulso de la inmobiliaria de Larry Silverstein. Un espectador de lujo para asistir al nacimiento de la Nueva York post 11-S.
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