Para los aztecas, los niños muertos tenían un lugar especial, llamado Chichihuacuauhco, donde se encontraba un árbol de cuyas ramas goteaba leche, para que se alimentaran. Los niños que llegaban aquí volverían a la tierra cuando se destruyese la raza que la habitaba. De esta forma, de la muerte renacería la vida.
El término “chichi” es voz azteca, apócope de “chichihualli”, el nombre de la teta, mama o seno de la hembra, de donde mana el alimento -vale decir la vida- para la criatura. (Cosas muy sugestivas de ese misterio que es la comunicación humana: “chiche” se dice “Zitze” en alemán, “chuchu” en quechua, y en vasco -según me han dicho- “chichi”. Así, “chichi”, llamaban los antiguos mexicanos a las nodrizas o nanas de los niños, y en el Yucatán de los mayas la abuela -que hace muchas veces la función de nana- es nombrada con cariño “chichí”).
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