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sábado, 30 de octubre de 2010

DÍA DE MUERTOS, ESE CULTO QUE VIENE DESDE LEJOS


La celebración de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, 1 y 2 de noviembre, se ha mezclado con la conmemoración del Día de Muertos que los indígenas festejan desde los tiempos prehispánicos. Sí, los antiguos mexicas, mixtecas, texcocanos, cholultecas, huehotzingas, zapotecas, tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos originarios de nuestro país, trasladaron la veneración de sus muertos al calendario cristiano (mas por fuerza que por gusto).



Antes de la llegada de los españoles, dicha celebración se realizaba en el mes de agosto (noveno mes en el calendario de las antiguas naciones prehispánicas) y coincidía con la cosecha del maíz, calabaza, garbanzo, frijol... Los productos cosechados del ciclo agrícola eran parte de la ofrenda.

Los Fieles Difuntos, en la tradición occidental, ha sido un acto de luto y oración para que descansen en paz los muertos. Y al ser tocada esta fecha por la tradición indígena se convirtió en fiesta, en una escenografía de olores, gustos y amores. En este ritual los vivos y los muertos conviven.

En este principio de milenio, el Día de Muertos, como culto popular, es un acto que lo mismo nos lleva al recogimiento, que a la oración o a la fiesta; sobre todo esta última en la que los muertos deambulan y hacen sentir su presencia cálida entre los vivos. Sí, con nuestros muertos también llega la Muerte; baja a la tierra y convive con los mexicanos y con las muchas culturas indígenas que hay en nuestra República. La Muerte, es tan simple, tan llana y tan etérea que con sus huesos y su sonrisa está en nuestro regazo, altar, galería y, por si fuera poco, nos pela los dientes.

LA MUERTE SE VISTE DE COLORES

Hoy también vemos que el país y sus actores sociales se visten de muchos colores y fragancias para venerar a la muerte: el amarillo de la flor de cempasúchil, el blanco del alhelí, el rojo de la flor afelpada llamada pata de león... Sirva esto como preámbulo para hablar del sincretismo de dos culturas: la indígena y la hispana, que se impregnan y crean un nuevo lenguaje y una escenografía donde los muertos y los vivos participan.

Y si de fiesta estamos, hay que decir que nuestra celebración tiene arraigo y recorre los caminos del campo y la ciudad. Oaxaca, con sus miles de indígenas, es ejemplo claro del culto, veneración y convivencia con los difuntos. Toda ella se viste de gustos culinarios, frutas y sahumerios; los muertos regresan a casa.

Sí, este 1 y 2 de noviembre, se celebra el ritual que reúne a los vivos con sus parientes, los que murieron. Es el tiempo trascendental en el que las almas de los muertos tienen permiso para regresar —como halo, como exhalación espiritual, etérea— al mundo de los vivos.

EL SINCRETISMO CULTURAL

Hay que reafirmar que la celebración del Día de Muertos, sobre todo, es una celebración a la memoria. Los rituales reafirman el tiempo sagrado, el tiempo religioso. Este tiempo es un tiempo primordial.

La memoria reafirma el tiempo de retorno, las almas de los desaparecidos vienen a convivir con sus familiares. El ritual de las ánimas que nos visitan es un acto que privilegia el recuerdo sobre el olvido.

El calendario católico recuerda, el 1 de noviembre, a Todos los Santos y el día 2, a los Fieles Difuntos. En nuestra tradición indígena y popular, el primero se dedica a los muertos chiquitos y el segundo a los adultos. En algunos lugares el 28 de octubre es el día de los muertos por accidente y el día 30 llegan las almas que están en limbo, los que murieron sin ser bautizados.

En esta celebración no existe un temor por los muertos que vienen, no hay espanto. Somos un pueblo con un humor para jugar con la muerte, y sus muchas y variados representaciones. Los europeos sí se espantan de la muerte, pero también se maravillan del trato que nosotros tenemos con ella. La muerte nos pela los dientes y nos la comemos en dulce, chocolate, amaranto, con sus ojos de pasa o de cacahuate. Mientras que los europeos no quieren saber nada de la huesuda, nosotros nos burlamos de ella, pero también la veneramos y hasta nos emborrachamos en los panteones. Así somos los mexicanos; los más, los festivos. Claro, los que creemos en la perseverancia de esta tradición.

Después de todo, uno sabe que es bello ver cómo quieren a sus muertos en Janitzio, Mixquic, Chilac, Juchitán y en todas las comunidades indígenas y las colonias populares. Y cuando uno comparte con las familias que tienen sus ofrendas, sólo se puede exclamar: ¡Vivan los muertos que nos dieron vida!

Hoy sabemos que este ritual es mágico y por esos nos seduce, porque, entre otras cosas, nos hace revalorar eso que llamamos lo fugaz de la vida humana. El tiempo es sólo una vela encendida y mañana los muertos seremos nosotros y no queremos que nos olviden nuestros vivos.

LAS ANTIGUAS VOCES

Entre los antiguos pueblos nahuas, después de la muerte, el alma viajaba a otros lugares para seguir viviendo. Por ello es que los enterramientos se hacían a veces con las herramientas y vasijas de comida que los difuntos utilizaban en vida, Según su posición social y política se les enterraba con acompañantes, que podían ser una o varias personas; el perro también era acompañante en algunos enterramientos. Aunque en el caso de los gobernantes o Huey Tlatoani, se quemaba su cuerpo en ceremonias suntuosas; todos los Tlatoanis texcocanos y mexicas fueron cremados.

Los sacrificios humanos de niños, doncellas, mancebos, sirvientes y guerreros cautivos, era una práctica para agradar a la muy amplia constelación de dioses de todas las naciones nahuas. El más allá para estas culturas, era trascender la vida para estar en el espacio divinizado, ya sea por sacrificio, por accidente o muerte natural.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola! Queremos solicitar un entrevista telefónica para nuestro programa radiofónico Fundación Acir acerca de el día de muertos en su estado. Ojalá se puedan poner en contacto con nosotros. Soy Adriana Buentello la productora y mi correo es aperezb@grupoacir.com.mx. Saludos!!