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miércoles, 22 de junio de 2011

25 años del BARRILETE COSMICO...!!!!

Las expresiones "mano de Dios" y "el gol del siglo" forman parte de la jerga futbolística y, para la mayoría de los aficionados, evocan recuerdos de un encuentro épico. Corría el año de 1986, y Argentina se enfrentaba a Inglaterra en cuartos de final de la Copa Mundial de la FIFA. 

Estaba a punto de hacerse historia en un partido que enfrentaba estilos y mentalidades opuestos en la caldera del legendario estadio Azteca de la Ciudad de México.

Antes que nada, conviene situar el choque en el contexto histórico, pues la Guerra de las Malvinas aún estaba fresca en la memoria colectiva. Por si fuera poco, ambos países estaban enzarzados en una rivalidad futbolística que databa de 1966, año en el que las dos naciones tuvieron sus más y sus menos en un tormentoso encuentro de la Copa Mundial de la FIFA celebrada en Inglaterra. Desde entonces, por un motivo o por otro, los Argentina-Inglaterra nunca han dejado de suscitar intensas emociones, y éste no iba a ser una excepción. No obstante, aunque ya tenía todos los ingredientes para ser un duelo especial, el hecho de que se convirtiera en un clásico se debió principalmente a las proezas de un hombre: Diego Armando Maradona.



Argentina se había paseado hasta entonces por la competición, y saltó al campo rebosante de confianza. Dirigidos por el mejor jugador del mundo, su capitán Maradona, los sudamericanos se habían propuesto llegar hasta el final y conquistar un trofeo que habían alzado por primera vez en su propio país en 1978.


Los días gloriosos de la Inglaterra de 1966 eran a la sazón un brumoso recuerdo, pero tras su decepcionante inicio de campaña en la liguilla del certamen, en la que estuvieron a punto de ser eliminados, los ingleses habían reorganizado bien su tripulación para el zafarrancho de combate. Gary Lineker, diestramente respaldado por Peter Beardsley, había sumado a su tripleta contra Polonia dos tantos más contra Paraguay. En ausencia del lesionado Bryan Robson y del sancionado Ray Wilkins, el once remozado de Bobby Robson había encontrado un aceptable grado de eficacia.


Si bien el defensa inglés Terry Fenwick intentó el asalto a la portería argentina en los primeros minutos, los albicelestes pronto impusieron su juego de pases rápidos y cortos. En el minuto 8, establecieron la pauta del encuentro con su primera jugada de ataque. Maradona penetró en profundidad en territorio inglés antes de ser derribado por Fenwick a unos 25 metros de la portería. El veterano guardameta Peter Shilton logró desviar fuera el envenenado tiro libre.


Inglaterra tuvo entonces una oportunidad aún más clara de adelantarse. Un afiladísimo pase entre líneas del director de juego Glenn Hoddle y el resbalón del arquero argentino Nery Pumpido dejaron a Beardsley en posición muy favorable para marcar, pero su disparo se incrustó en la malla lateral (13').


Los hombres de Carlos Bilardo pisaron entonces el acelerador. Maradona empezó a atormentar la zaga inglesa con sus laberínticos quiebros, provocando una serie de golpes francos en torno al área rival. En uno de ellos desde 22 metros, Maradona lanzó con efecto y Shilton sólo pudo ver con alivio cómo el balón salía fuera lamiendo el poste (33').
En esos momentos, Argentina ya llevaba las riendas del encuentro, y el desconcierto ya empezaba a hacer mella en algunos defensas ingleses. Maradona fue derribado de un codazo por Butcher (40'), pero si el jugador del Ipswich Town pensó que así dejaría fuera de combate al principal cañonero enemigo, pronto se percataría de su error de cálculo. El maestro del medio campo se levantó por su propio pie, se sacudió el polvo, y sirvió la venganza de la manera más controvertida posible.


Otra penetración del ex volante de Boca Juniors, Barcelona FC y Nápoli, entre otros, por el centro de la defensa inglesa culminó con un intento de pared con Jorge Valdano. La devolución de la pelota por parte de este último fue a parar a los pies de Steve Hodge, cuyo despeje fallido hizo que el balón saliera despedido hacia arriba. Sin darse por vencido ni en las causas más perdidas, Maradona continuó su carrera para saltar y propinó un puñetazo al balón con la mano izquierda para desviarlo por encima de Shilton, que había salido a buscar el esférico (1-0, 51'). Los jugadores ingleses protestaron en vano ante el colegiado tunecino Ali Bennaceur, que concedió el gol convencido de que Maradona había tocado el balón con la cabeza. ¡Increíble!


La "mano de Dios", como el propio Maradona la llamó, dio un giro indiscutible al partido. Pero para dejar las cosas claras, "Dieguito" anotó a continuación lo que a menudo se considera "el gol del siglo". Marcaba el reloj el minuto 55 cuando el Pelusa recuperó el balón en su propio campo, se desembarazó de Beardsley y de Peter Reid, y se adentró en territorio inglés. Los 115,000 espectadores del estadio Azteca se quedaron pasmados mientras Maradona avanzaba hacia la meta regateando primero a Butcher, luego a Fenwick, y por último a Shilton para obrar el 2-0. Fue la obra maestra de un genio del fútbol.
Maradona explicó después que había hecho el mismo recorrido en Wembley en un amistoso contra Inglaterra en 1980, pero en lugar de quebrar al portero Ray Clemence, había chutado fuera. Su hermano le había llamado después para decirle que debería haber driblado al arquero. Así que Maradona se había limitado a poner en práctica el consejo de su hermano. No obstante, hay una pregunta que muchos no se pueden quitar de la cabeza: ¿Habría intentado semejante audacia con el marcador en 0-0? En cualquier caso, el hecho era que los hombres de Robson perdían por dos goles de desventaja y sufrían el imperial dominio de la Albiceleste, dedicada entonces a marear el balón en la medular.


Con todo, los ingleses no se rindieron. Recurrieron a todas sus tradicionales reservas de espíritu de lucha para volver a la carga. Hoddle, probablemente su mejor combatiente, obligó a Pumpido a retroceder apresuradamente con una vaselina desde los 22 metros en el minuto 69, y con ese gesto espoleó a los suyos. Robson decidió sacar a sus extremos Chris Waddle y John Barnes para revolucionar el ataque, y Barnes en particular empezó a carburar.


Fue precisamente el alero del Watford quien llegó hasta la línea de fondo y centró a Lineker para que éste anotara su sexto gol en el campeonato (2-1, 78'). Las esperanzas volvieron a los corazones ingleses, y no se fueron ni siquiera cuando los argentinos estuvieron a punto de extinguirlas de otro zarpazo. Maradona volvió a las andadas apoyándose en el suplente Carlos Tapia y, tras eludir a Kenny Sansom, estrelló un potente trallazo contra la cepa del poste (82').


Inglaterra se batió hasta el final. En la última escena de peligro, Barnes se escapó por la izquierda en una jugada calcada a la del gol anterior de Lineker. El futbolista del Everton, que luego acabaría coronándose máximo realizador del certamen, logró rematar el centro y seguramente pensó que su toque haría diana. Pero Julio Olarticoechea dio un brinco inimaginable para desviar el remate a córner (87').


El marcador ya no se movió, y Argentina accedió a la semifinal. La explosión de júbilo entre los miembros de la Albiceleste al oír el pitido final demostró que el significado de ese triunfo trascendía el ámbito deportivo. El mismo Maradona declaró: "Ha sido una final para nosotros. Mucho más que de ganar un partido, se trataba de vencer a los ingleses. Nunca olvidaré este partido". Lo mejor estaba por llegar, pues Maradona, con su espíritu ganador y su incomparable talento, guió a los suyos aquel verano hasta la conquista del título.

El día 22 de junio de 1986, el estadio Azteca de México fue el escenario de un partido que pasaría a los anales de la historia de las Copas del Mundo de fútbol.

El encuentro ya despertaba inquietudes, dolores, rivalidades confusas mucho antes de que el árbitro Ali Bennaceur pitara el silbato inicial.

Las selecciones de Argentina e Inglaterra se encontraban en los cuartos de final del torneo, cuatro años y ocho días después de que ambos países hubieran terminado una guerra.

Víctor Hugo Morales era un protagonista de lujo de ese encuentro.

Desde su cabina de transmisión, para una radio argentina, el relator uruguayo describió con tal emoción la jugada del segundo tanto de Diego Maradona, que para muchos argentinos ese relato está íntimamente ligado a ese gol, a ese partido, a ese día y a ese mundial de México 86. 

El relator le contó a la BBC cómo se vivió ese partido, qué paso en la mano del primer gol y que sintió describiendo el segundo.

-¿Qué recuerda de aquella tarde de hace 25 años?
-Lo único que recuerdo es que Argentina estaba jugando un gran partido. Tengo un concepto más que una imagen. Y me acuerdo de las jugadas de los goles.
No sé si las recuerdo de aquella tarde o de tanto verlas por televisión o escuchar mis grabaciones de radio.

-Cuando usted está relatando la jugada del segundo gol ¿es consciente de lo espectacular que resulta ese tanto o necesitó luego ver la repetición en la televisión para apreciarlo?
 
-Yo alcancé a decir en el relato, entre las locuras que se generaron en ese momento, que era el gol más lindo de todos los tiempos. Dije: "la jugada de todos los tiempos". Me parece que inmediatamente yo percibí que estábamos en presencia de una verdadera obra de arte.

Que por haberse consumado en el ámbito de un campeonato del mundo y en un partido tan especial como Argentina-Inglaterra se convertía en la mejor jugada que yo haya visto, y que creo se haya visto en la historia del fútbol.

Porque si puede uno imaginar que hubo jugadas más bellas todavía, no ocurrieron en instancias tan importantes como un mundial o como un partido jugado en aquellas circunstancias emocionales que sin ningún tipo de dudas eran muy especiales.

-Entre las metáforas que usted utilizó para describir a Maradona tras esa jugada está la de "barrilete (papalote) cósmico". ¿Es algo que había pensado antes o se le iba ocurriendo a medida que contaba lo que había visto?
 
-Yo había insistido aisladamente con el término "barrilete" porque los movimientos de Maradona, sobre todo en aquel instante que estaba en la cresta de la ola de su juego, eran tan indefinibles, tan difíciles de leer para sus adversarios como el movimiento de un barrilete.

En ese partido además había imaginado a toda la Tierra pendiente de esa jugada, la dimensión de la obra de arte de Maradona me llevó evidentemente a pensar que toda la humanidad era un par de ojos que representaban colectivamente el gusto por el fútbol.

La mano de Dios

-En el primer gol, ¿usted se da cuenta que Maradona utiliza su mano?
-Ustedes pueden recurrir a las grabaciones porque se corre el riesgo de que yo invente lo que voy a decir. Yo en el momento en que relaté la jugada dije que era gol con la mano, insistí con el dato y consulté con mis compañeros en Buenos Aires.

La curiosidad excepcional que se presenta es que cuando yo chequeo el dato de mi relato, el compañero que me cuidaba las espaldas en el estudio me dice que el gol fue de cabeza, legítimo, absolutamente válido.

Recuerdo que me corrió un frío por todo el cuerpo y que me sentí muy desamparado, desencantado de mí mismo porque parecía que había visto algo que no se correspondía para nada con la realidad.

Después, viendo los monitores y discutiendo con los periodistas en el estadio que habían visto las repeticiones por la televisión, hubo la certeza de que el gol había sido con la mano.

Esto tiene que ver con que si bien la mano es muy clara, por suerte mi posición era buena para verla, cuanto más se ve la jugada más difícil va resultando apreciar que efectivamente fue con la mano, con lo cual, en la primera reiteración, mi compañero en Buenos Aires creía que había sido un gol legítimo.

Testigo y relator
-Una vez que terminó el partido, ¿cómo sintió el haber sido protagonista -desde su cabina- de esa tarde en el estadio Azteca?
-Yo recuerdo que después del gol estuve largos minutos sin relatar. Me había quedado muy angustiado, muy nervioso, no sabía bien ni lo que había dicho ni lo que había hecho, y tuve la sensación de que me había desvestido en el medio de la calle. Que había hecho un striptease que desde el punto de vista profesional me provocaba una cierta vergüenza.

Como anécdota yo debo confesar que me pasé años sin poder escuchar el gol porque le temía al encuentro con una actitud tan visceral, tan parecida a lo que en el ámbito de la criminología se conoce como "emoción violenta", es decir cuando uno se queda casi con la mente en blanco. 

Y cuando terminó el partido también tenía una síntesis de felicidad y angustia muy grande. Lo recuerdo eso por los llamados a mi casa y a mis amigos para que ellos me dijeran que es lo que había pasado y lo que había hecho, y nada era suficiente como para calmarme y hacerme sentir seguro de que no había cometido un verdadero disparate profesional.

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